De San Antonio los paños, de la isla los caños
- laotracaradelaisla
- 30 abr 2014
- 3 Min. de lectura
De San Antonio: los paños; de la Isla: los caños.
Mi padre, hijo y nieto de la Isla, vivió su infancia y gran parte de su adolescencia en la calle Comedias. La vida, el destino y la siempre dura vocación de servir a España que voluntariamente eligió, lo llevo en su juventud a recorrer todos los rincones de esta, de mis siete hermanos dos nacieron en Baleares, cuatro en Madrid y uno en Pontevedra. Prácticamente toda su vida de adulto la pasó exiliado de su tierra… pero jamás olvidó aquel rincón que le vio crecer. Año tras año, aprovechando el permiso de verano, nos metía a todos en el expreso y para la Isla.
Recuerdo aquellos días con añoranza, nos metíamos los 9 en casa de mi abuela la “Curra”, un comedor, un dormitorio y una minúscula cocinilla en un patio de vecinos de la calle Comedias, pero para nosotros los niños era un palacio. Por las mañanas, en la “carterilla” para Cortadura, bocata de tortilla y filetes empanados, embarrados en Nivea, volvíamos por la tarde a casa de la abuela colorados como camarones. Recuerdo las tardes de “Casera de color” y pescaito del freidor de Bey, en el patio con Manuela, María Rollo y la Candy… mi padre, con los hombres se iba a echar la partidita de tute a la tienda de Curro.
Alguna tarde, o mañana dependiendo de la marea, mi padre se ponía su bañador, un Meyba azulón, cogía su salabar de red, y se perdía por los caños, por detrás del cine San Fernando (el de verano) y la fábrica de conservas de “Paquiqui”. Sus andanzas siempre empezaban por el caño Carrascón, a la altura del puente Lavaera, sabíamos cuando se echaba al fango, nunca cuando saldría, por que el día que Pepe se iba al caño, toda la calle Comedias comía coquinas y cangrejos. Alguna tarde nos llevaba con él y nos dejaba en el puente cogiendo “verdigones” (no sé como en algunos sitios les llaman berberechos), que eso era cosa de niños, mi madre se ponía de los nervios, no tanto porque a ella le tocara bregar con los siete angelitos (amen de primos y amigos que se nos sumaban), si no porque mi padre sabía empezar, pero mientras quedara un cangrejo, una coquina o una gusana de sangre, el seguía en el fango y cuando por fin se decidía a salir, a veces ya caída la tarde, la cara de mi madre era un poema, y no precisamente de amor…Recuerdo esos días cuando llegábamos a casa de la “Curra” que ya tenía la olla al fuego para cocer cangrejos o preparar las coquinas, y después era un festín.
Cuando llegaba el día treinta, mi padre, aunque nunca perdió aquella alegría de vivir que le caracterizaba, se apagaba, el mundo de la capital se le venía de golpe encima y cuando de vuelta a la oscura realidad, los nueve montábamos en el tren, otra vez el expreso, ¡¡qué diferencia con el viaje de ida!!, no se escuchaba una palabra, los más chicos apenas éramos capaces de disimular las lágrimas… no era hasta pasados unos días, ya reasentados en Madrid, cuando las aguas volvían poco a poco a sus cauces y con renovadas ilusiones contábamos los días que nos faltaban para retomar nuestras aventuras en la parte baja de la calle Comedias, en los caños…
Hoy cuando veo mi Isla, mucho más moderna, pero mucho más olvidada, abandonada y desmotivada que aquella por la que tanto suspiraba en la niñez, me pregunto ¿Qué nos ha pasado? ¿Donde están nuestras ilusiones? ¿Que quedó de aquellos ideales de la juventud? Y entonces me revuelvo y digo ¿y por qué no?¿por qué no luchamos para que aquellos sueños de niño se hagan realidades de adulto.
La Isla merece la pena, mi padre viviendo lejos, creía en ella, yo, que gracias a Dios vivo aquí, creo en ella, creo en una Isla Viva y pujante, locomotora del progreso de la Bahía. Si todos hiciéramos como mi padre, regresar a ella, disfrutar de ella, luchar por ella, creer en ella, ¿HASTA DONDE LLEGARÍA NUESTRA ISLA?
Y es que…De San Antonio: los paños; de la Isla: los caños, y ojalá no sean solo los caños.
La Isla, a 23 de abril de 2014
José María Cantero García








































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