Que bien que huele la Isla...
- laotracaradelaisla
- 20 abr 2014
- 3 Min. de lectura
El sentir de un cañailla:
Que bien que huele mi Isla….
Sería allá en los principios de los 80, la democracia daba sus primeros e inseguros pasos, y el que suscribe estudiaba en los madriles. Fueron años de revueltas estudiantiles, de legalizaciones de partidos, de protestas en la calle tanto de uno como de otro signo, fueron años de intrigas, de golpes de estado, de inquietudes y miedos ante lo desconocido, también fueron los años en los que muchos de los que hoy peinamos canas, ejercimos por primera vez nuestra mayoría de edad, nuestro recién adquirido derecho al voto… Mentiría si dijera que en aquel entonces estaba muy preocupado por la situación político – social en la que España se encontraba; entonces mis preocupaciones, como las de tantos de los que, con esa edad, vivimos aquellos tiempos, iban por otros derroteros.De aquellas fechas guardo recuerdos gratos e ingratos, los menos (claro que tenía 18 años y un mundo de aventuras por delante), pero de todos los recuerdos que atesoro, destaco por encima de todos esas fechas en que se acercaban los exámenes trimestrales, no tanto por recoger el fruto de lo sembrado durante el trimestre (que nunca fue mucho), si no por el hecho de que con las notas llegaba el deseado momento del regreso a casa, a la Isla.
Amigos conservo de aquella época; amigos que hicieron que mis largas temporadas fuera de casa, alejado de la familia y de mi ambiente se hicieran llevaderas, porque a pesar de que casi toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia la pasé en la capital, nunca llegué a identificarme con ella, siempre me sentí como pez fuera del agua, una especie de exiliado lejos del hogar. Esa separación de la patria chica siempre generó en mi conflictos de identidad: mis amigos de entonces, los de allí, decían que hablaba un andaluz cerrado mientras que los de aquí decían que era muy “fino”… el caso es que poco a poco fui haciéndome con el peculiar estilo de aquellos a los que nos toco vivir entre dos aguas.
De todos los recuerdos de aquel tiempo, hay uno que nunca he podido olvidar y era cuando después del largo viaje en tren (casi siempre el Expreso de por la noche, y a veces el TALGO de las tres y media de la tarde), cargado de maletas e ilusiones, llegabas a la estación del Puerto de Santa María (a veces ya en la de Jerez), preso de nervios e impaciencia, bajabas las maletas de la red, recorrías el pasillo y te situabas en la plataforma entre los dos vagones preparado para bajar, como si en el periodo de parada en el andén no te fuera a dar tiempo de hacerlo; pues eso, como digo te ponías en el ínter bateas, anhelante de tu tierra, como preso a punto de obtener la libertad… y ya pasado Puerto Real, el atronador ruido metálico de las llantas contra los raíles nos avisaba del paso por el Tercer Puente, ¡ ya casi estamos!, al poco tiempo sentíamos un ruido parecido, aunque todos jurábamos distinguir la diferencia, que nos avisaba del paso por el Segundo Puente y casi sin solución de continuidad, no sé si debido a la desaceleración o a los nervios por la proximidad a la Estación, aquella estación con sus dos bares y su reloj a dos caras en el centro del saledizo, con su paso a nivel que se cerraba diez minutos antes de que el tren apareciera en la lejanía; sentíamos, como digo, un cierto desequilibrio, mientras que por la ventana veíamos pasar los azules tirantes del Puente de Hierro, y en ese momento un golpe de mar, un golpe de olor a caño, a vida marinera, olor propio y característico de la Isla, nos hacía revivir, nos daba la bienvenida a la Isla, nos decía que por fin ya estábamos en casa.
Y es que por mucho que nos digan…
¡¡QUE BIEN QUE HUELE MI ISLA!!
La Isla, a 20 de abril de 2014
José María Cantero García








































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